Desde que conocí los ejemplares de Paso Fino, he estado maravillado con su forma de andar, tanto por su suavidad y armonía como por la rapidez de sus movimientos. Sentía avivada mi curiosidad cada vez que veía un ejemplar que se movía con una rapidez asombrosa, imprimiéndole a su andar el timbre propio de su brío y fogosidad, pero llevando sobre sus lomos un jinete que parecía colgado de hilos invisibles, que lo mantenían como estático, indiferente al fragor producido bajo su montura.
No salía de mi asombro al oír hablar a las personas con conocimientos sobre el tema, asegurando que el caballo se estaba desplazando por laterales, haciéndolo en ocho batidas, donde un ojo inexperto como el mío solo apreciaba una cantidad de pisadas muy rápidas y rítmicas pero imposibles de distinguir sobre la marcha.
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